martes, julio 03, 2007

Algunas acotaciones y corolarios, inspirados en los Principios de Devereaux


Pocos días atrás, se publicó en «La Opinión» (www.opinion.com) un artículo de Louis Devereaux titulado «Algunos principios prácticos del gobierno». En la práctica, debería haberse titulado «Principios de Devereaux» y, renglón seguido, haberse publicado en forma de libro junto con algunos de los pensamientos más agudos incluidos en dos obras por las cuales siento profundo aprecio y enorme respeto: «El Principio de Peter», de Laurence J. Peter y «Ley de Murphy y otras razones porque las cosas salen mal», de Robert Bloch.

Pocos días atrás, se publicó en «La Opinión» (www.opinion.com) un artículo de Louis Devereaux titulado «Algunos principios prácticos del gobierno». En la práctica, debería haberse titulado «Principios de Devereaux» y, renglón seguido, haberse publicado en forma de libro junto con algunos de los pensamientos más agudos incluidos en dos obras por las cuales siento profundo aprecio y enorme respeto: «El Principio de Peter», de Laurence J. Peter y «Ley de Murphy y otras razones porque las cosas salen mal», de Robert Bloch.

Equivocadamente, quienes hayan leído los dos libros que acabo de mencionar habrán de recordarlos, por regla general, como un par de textos tan festivos como hilarantes y por completo disfrutables… Pero muy poco más. Y es una lástima que así sea pues ello demuestra que la gente, en su mayor parte, se guía por las apariencias y deja de lado las realidades, en la mayoría de los casos no por estupidez, sino por comodidad. Quien recuerde «El Principio de Peter» y «La Ley de Murphy» como poco más que un par de alegres y divertidos libritos, podría estar evidenciando algunos defectos en verdad preocupantes. Podría, por ejemplo, adolecer de una indeseable y muy posiblemente extensa laguna en aquella región del cerebro que suele albergar el pensamiento lógico y los motores del raciocinio… Podría, también, sufrir peligrosos desniveles en cuanto tiene que ver con su capacidad para ejercer el poder de concentración… Podría, de repente, padecer de una irreversible pasión por los contenidos intelectuales livianos o artificiales… Y también es posible que pudiera, por supuesto, ser víctima de una carencia tan devastadora que en magnitud sobrepasara a todas las anteriores reunidas: ese pavoroso y absoluto desinterés por lo verdaderamente importante o lo realmente trascendente, un mal endémico que caracteriza, en buena medida, el devenir traumático del hombre posmoderno.

Por regla general, suelo recomendar «El Principio de Peter» a todos aquellos a quienes veo empeñados en la difícil tarea de dirigir hombres. Cuando estoy diciendo esto, cualquiera podría pensar en políticos y gobernantes, ya lo sé… Pero resulta que los nuestros son tan estúpidos, engreídos y engolados —más que políticos, parecerían creerse a sí mismos verdaderos dioses del Olimpo— que resultan en absoluto impermeables, no sólo a los consejos sanos sino también ante los libros o textos inteligentes… Y es por esa precisa razón que, cada vez que vivimos de lleno el carnaval de las elecciones, este país se llena de mediocres personajes extranjeros que llegan, con bombos y platillos, para «asesorar» a nuestros autoproclamados «genios políticos»… En la práctica, dudo que tanto asesores como asesorados sean siquiera capaces de parquear, correctamente, sus propios traseros en algún inodoro, utilizando no sólo un manual con instrucciones sino, además, el auxilio de una falange de edecanes y alcahuetes profesionales. En realidad, cuando me refiero a «personas empeñadas en la tarea de dirigir gente», estoy señalando a los únicos con la capacidad, el talento, las agallas y la iniciativa suficientes como para ello: los empresarios y altos ejecutivos de la iniciativa privada.

Resulta fuera de dudas que todos los empresarios y todos aquellos que desempeñan serias responsabilidades en el ámbito de la empresa privada deberían no sólo leer «El Principio de Peter» sino, aún más que ello: deberían mantenerlo como libro de cabecera, muy cerca de La Biblia. Y tal ser porque «El Principio de Peter» es uno de los libros que han sido escritos con mayor profundidad y sabiduría en las últimas décadas, partiendo de la sabia conclusión siguiente: «En cualquier organización, todos tienden a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia». A este principio fundamental, el doctor Laurence J. Peter añadía un corolario digno también de tener en cuenta: «Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones». Y ahora he de añadir, por mi cuenta y riesgo que, quien imagine la iniciativa privada como un terreno completamente desbrozado y maravillosamente libre de los matorrales y yerbajos de la incompetencia, la desgana, la ineficiencia, la holgazanería y el cretinismo, estará terriblemente equivocado. Porque los incompetentes y los idiotas no estarán nunca encerrados, exclusivamente, entre los muros vetustos y resbalosos de la actividad pública. Antes bien: ellos pululan en abigarrados cardúmenes por el resto del mundo y se desparraman sin cesar sobre las empresas privadas. Si pudiésemos realizar en un solo lugar la hipotética reunión de todas las empresas privadas de un país y las exhortásemos, diciendo: «aquella que esté libre de idiotas e incapaces, que tire la primera piedra»… De buen seguro casi ninguna se atrevería a hacerlo. Bueno: es muy posible que algunas lo hicieran, seguramente infiltradas hasta la misma cúpula por los antedichos especimenes, aunque ellas serían, precisamente, aquella excepción que confirma cualquier regla. Es decir: empresas manejadas por reverendos, irredimibles e irreversibles idiotas, o por un grupejo compacto de tales.


El doctor Laurence J. Peter no sólo publicó «El Principio de Peter». Como secuelas, también escribió «Los Personajes de Peter», «El Plan de Peter», «Por qué las cosas salen mal» y «La Pirámide de Peter»… Todos ellos libros excelentes, que han girado sobre un mismo tema: el de la incompetencia vista como un mal primordial para las sociedades modernas. En cuanto a «Ley de Murphy y otras razones porque las cosas salen mal», de Robert Bloch, sólo puede decirse que, al igual que los antes mencionados, no tiene desperdicio y debe leerse con suma atención desde la primera hasta la última página, comenzando, lógicamente, por la tan célebre Ley de Murphy, que dice: «Si algo puede fallar, fallará». En realidad, «Ley de Murphy…» es un libro bastante más amplio e impersonal que los varios escritos por el doctor Laurence J. Peter. En éstos, siempre se encuentra desde las primeras páginas a un protagonista principal, el incompetente, personaje que estará debidamente acompañado y complementado por morosas descripciones de todos los males y perjuicios que pueden causar la incompetencia —vista como una forma de retorcida religión posmoderna— y sus devotos e incontables acólitos: los incompetentes. Pero el libro de Bloch es, por su parte, una excelente actualización de aquella ríspida filosofía del pesimismo que llevó a Voltaire a escribir y publicar su «Cándido». En el libro de Bloch, los protagonistas principales son la fatalidad, los senderos retorcidos del destino, los recodos recónditos de la mala suerte y, por supuesto: aunque sea como personaje secundario y ubicado casi siempre tras bambalinas… ¡Una buena ayudita de nuestro infaltable «personaje inolvidable» posmoderno: el imbécil.

Permítanme, a renglón seguido, recordar los que desde ahora he bautizado como «Los ocho Principios de Devereaux», a los cuales me permitiré agregar algunos corolarios, reflexiones, axiomas y acotaciones de mi cosecha. Veamos entonces:

(1) Principio de Devereaux sobre la Insaciable Apetencia: «Ninguna cantidad de recursos, por muy grande que sea, será suficiente para el gobierno». Una consecuencia inmediata de este principio es que el gobierno tiende a aumentar los impuestos, la deuda pública, o la fabricación de dinero. Con el fin de justificar su gasto creciente, el gobierno inventa los más nobles propósitos. Inventa, por ejemplo, que su propósito es ocuparse de los pobres, y trata de convencer a los ciudadanos de que, sin su piadosa intervención, jamás puede ser eliminada la pobreza.

Teorema de Pintos aplicado al Principio de Devereaux acerca de la Insaciable Apetencia: «Si es Gobierno, por fuerza habrá de ser insaciable. En consecuencia: ninguna cantidad de dinero, por desmesurada que ella fuere, habrá de alcanzar para calmar su apetito sin fin. Muy por el contrario: cuanta mayor cantidad de dinero pueda recibir un Gobierno, su voracidad aumentará en una progresión geométrica».

Corolario al Teorema de Pintos aplicado al Principio de Devereaux acerca de la Insaciable Apetencia: «La voracidad de cualquier Gobierno por el dinero de los contribuyentes —y de quien sea que se preste— siempre correrá varios años luz por delante de cualquier cantidad de dinero que aquél (Gobierno) pudiese llegar a recibir».


(2) Principio de Devereaux sobre la Confusión Beneficiosa: «El gobierno es equivalente al Estado. El Estado es toda la comunidad jurídica. Esta comunidad incluye a gobernados y gobernantes. El gobierno, por consiguiente, es parte del Estado. Sin embargo, el gobierno intenta parecer que es el Estado mismo. Entonces, por ejemplo, el gobierno pretende que expandir el gobierno es equivalente a expandir el Estado y que, contrariamente, reducir el gobierno es equivalente a reducir el Estado».

Percepción de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Confusión Beneficiosa: «Sí, muy cierto».

Corolario de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Confusión Beneficiosa: «El Gobierno siempre mantendrá una tendencia enfermiza a la expansión. Pero, cada vez que se expanda, lo hará contratando una numerosa partida adicional de idiotas, ineptos, incompetentes y mitómanos».

Segundo Corolario de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Confusión Beneficiosa: «Cuanto más idiota, inepto, incompetente o mitómano sea un individuo recién contratado, mayores posibilidades tendrá de ascender con celeridad en la escala jerárquica de un Gobierno».

Axioma de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Confusión Beneficiosa: «Toda vez que el Gobierno entre en uno de sus habituales “períodos de expansión”, se pondrá a la tarea de inventar un montón de cargos, extemporáneos pero muy bien remunerados, para que otras tantas prostitutas —de preferencia extranjeras— los ocupen con la alegría y jolgorio que tales circunstancias ameriten».


(3) Principio de Devereaux sobre la Complicación Eficiente: «Cuando el gobierno se ocupa de un problema, se convierte en parte del problema». Hay multitud de casos que demuestran la contundente eficacia de este principio. Por ejemplo, el gobierno que se ocupa de resolver problemas de transporte urbano o extra urbano, demuestra ser extraordinariamente eficiente para convertirse en parte de esos problemas. Esta eficiencia alcanza su grado máximo cuando el gobierno imposibilita la solución de los problemas.

Declaración de Pintos sobre el Principio de Devereaux de la Complicación Eficiente: «Todo Gobierno termina por convertirse, más temprano que tarde, en el problema número uno para el país que tiene la desdicha de sostenerlo y soportarlo».

Comprobación de Pintos sobre el Principio de Devereaux de la Complicación Eficiente: «Todo Gobierno exhibirá, en tiempo completo, la morbosa compulsión de multiplicar aquellas presuntas soluciones a las cuales él pueda de inmediato transformar en problemas monstruosos e irresolubles, pues ello a su vez le permitirá generar nuevas “soluciones”, que una vez más transformará en problemas descomunales… Etcétera, etcétera».


(4) Principio de Devereaux sobre el Trepamiento Glorioso: «Las instituciones tienden a adquirir una categoría superior». Las instituciones gubernamentales, como los seres humanos, no se conforman con permanecer en un mismo estado, sino que tienden a mejorar. Por ejemplo, una Dirección de Cultura y Bellas Artes tiende a convertirse en un Ministerio de Cultura y Deportes. Evidentemente, es mejor ser un espléndido ministro que ser un modesto director general. El principio del trepamiento glorioso incrementa la eficacia del principio de la complicación eficiente.

Primer Teorema de Pintos sobre el Principio de Devereaux del Trepamiento Glorioso: «Cuanto más glorioso sea el acto de trepar, más miserables y detestables habrán de ser, tanto los implicados como los resultados».

Segundo Teorema segundo de Pintos sobre el Principio de Devereaux del Trepamiento Glorioso: «Todo Glorioso Trepamiento, efectuado en cualquier área dentro del Gobierno que fuere, conducirá forzosa e inexorablemente, por la vía más rápida y directa, hasta las entrañas mismas del infierno».

Tercer Teorema segundo de Pintos sobre el Principio de Devereaux del Trepamiento Glorioso: «Existe una única e ineludible condición previa para llevar a cabo un perfecto Trepamiento Glorioso: aprender a reptar».


(5) Principio de Devereaux sobre la Utilidad Sustituida: «Las instituciones gubernamentales tienden a persistir, no porque son útiles para el Estado, sino porque se vuelven útiles para los burócratas». Este principio permite predecir, por ejemplo, que si, con motivo de una catástrofe nacional provocada por un sismo, se crea un comité gubernamental para reconstruir la nación, este comité tenderá a persistir, aún cuando ya no haya el más leve rastro de la catástrofe, y aún cuando realmente no haya habido catástrofe alguna. Una institución semejante tenderá a persistir porque es útil para la burocracia que surgió, se sindicalizó y se expandió con motivo de la creación del comité.

Corolario de Pintos al Principio de Devereaux sobre la Utilidad Sustituida: «Nadie debería preocuparse o desvelarse si la catástrofe no existiere. Con la premura que tales casos ameritan, el Gobierno ya se encargará de inventarla e instituirla».

Acotación al Corolario de Pintos al Principio de Devereaux sobre la Utilidad Sustituida: «En la práctica, la cualidad más resaltable de cualquier Gobierno consistirá en: 1º) inventar la catástrofe; 2º) hacer de la catástrofe una flamante realidad que supere las más pesimistas previsiones; 3º) trabajar con la premura y denuedo que el asunto amerite para empeorar la catástrofe en todo cuanto fuere posible; 4º) hacer que los ciudadanos paguen, hasta el exceso y más allá todavía, por los daños y la conmoción social que provocó la catástrofe; 5º) lloriquear, copiosa y visiblemente, acerca del carácter, tanto “inevitable” como “trágico” que revistió la catástrofe; 6º) rechinar dientes, cubrirse con ceniza, rasgarse las vestiduras en tanto se echan las culpas de la catástrofe sobre Dios y medio mundo, menos sobre sí mismo; 7º) planificar, de manera cuidadosa y diligente, la generación de nuevas y originales catástrofes; 8º) etcétera, etcétera, archívese…».


(6) Principio de Devereaux sobre la Mediocridad Conveniente. «Ningún empleado puede ser más competente que el jefe». El jefe, con el fin de conservar su jefatura, tratará de evitar que haya alguien más competente que él. Este principio permite predecir que los colaboradores del jefe de una institución gubernamental serán tan incompetentes como sea necesario para que no peligre el tranquilo ejercicio de la jefatura. Este principio también permite predecir que, si alguien es más competente que el jefe, pero desea conservar su trabajo, tendrá que simular que es un imbécil.

Constante de Pintos al Principio de Devereaux sobre la Mediocridad Conveniente: «Si es estúpido, semi-analfabeto, prepotente, mal entrazado y tozudo, de seguro podrá convertirse en el jefe perfecto para cualquier oficina del Gobierno».

Declaración de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Mediocridad Conveniente: «El mediocre es, para el Gobierno, lo que la maternidad es para la mujer».

Axioma de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre la Mediocridad Conveniente: «Sería terriblemente exagerado afirmar que los funcionarios y mandos superiores o medios de un Gobierno pudieran ser “personajes kafkianos”. En realidad, hasta la imaginación de Kafka tenía sus límites…».


(7) Principio de Devereaux sobre el Trabajo Secreto. «El valor del trabajo de un servidor público depende del cumplimiento de su horario de trabajo». El trabajo que el servidor público ejecuta desde la hora de ingreso a su oficina hasta la hora de egreso es importantísimo para el bien común. Por esta razón, nadie debe enterarse de la naturaleza del trabajo ejecutado. Tiene que ser un trabajo secreto; y debido a que es secreto, el trabajo sólo puede ser valorado por el cumplimiento o no cumplimiento del horario.

Reflexión de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre el Trabajo Secreto: «Al igual que la mayonesa es un aderezo ideal para sazonar y presentar en el almuerzo las sobras del día anterior, el secreto aplicado a la función pública es la mejor cobertura que se pueda imaginar para encubrir y camuflar la inacción, la incompetencia y la suprema holgazanería».

Acotación a la Reflexión de Pintos acerca del Principio de Devereaux sobre el Trabajo Secreto: «El secreto ha llegado a ser tan profundo que nadie sabe ni sabrá, a ciencia cierta, a dónde han ido o irán a parar, año tras año, los miles de millones que recibe el Erario del bolsillo de los contribuyentes».


(8) Principio de Devereaux sobre el Ocio Obligadamente Remunerado. «El aumento salarial de los servidores públicos depende, no de una mayor productividad laboral, sino de su poder para exigir el aumento salarial». Este principio es particularmente importante, porque permite predecir que los servidores públicos intentarán aumentar, no su productividad, sino su poder de exigir un aumento salarial. En consecuencia, el derecho a la sindicalización y el derecho a la huelga serán los derechos más humanos de los servidores públicos.

Proposición de Pintos inspirada en el Principio de Devereaux sobre el Ocio Obligadamente Remunerado: «A fin de cuentas… ¿Qué tal si los mandamos a todos al carajo, de una buena vez por todas?».

Esperanza de Pintos inspirada en el Principio de Devereaux sobre el Ocio Obligadamente Remunerado: «Si los cazadores fueron capaces de exterminar, rápidamente, toda la población de bisontes en Estados Unidos… ¿Qué tal si ahora se hiciera una prueba, aquí y ahora, con los empleados públicos?».


(9) Reflexiones globales de Pintos inspiradas por los ocho Principios de Devereaux:

Primera Reflexión de Pintos inspirada por los ocho Principios de Devereaux: «¿Cuál es la función fundamental de un Gobierno?: 1º) hacer que las cosas no funcionen; 2º) si por casualidad las cosas llegasen a funcionar, conseguir que funcionen todo lo mal que fuere posible; 3º) una vez que las cosas estén funcionando mal, aplicar los mecanismos más ingeniosos para que funcionen todavía peor».

Segunda Reflexión de Pintos inspirada por los ocho Principios de Devereaux: «La principal función de cualquier Gobierno que se precie de tal consistirá en evitar, muy diligentemente, que una nutrida falange de incapaces, cretinos, amorales, mediocres, imbéciles, ignorantes, inmorales, oportunistas y tullidos intelectuales termine por morir de inanición».

Tercera Reflexión de Pintos inspirada por los ocho Principios de Devereaux: «El Gobierno se auto considerará cada día mejor, toda vez que pueda incorporar al Presupuestos de Gastos de la Nación el mayor número posible de incapaces, cretinos, mediocres, imbéciles, ignorantes, ladronzuelos y oportunistas».


Visto todo lo anterior, quisiera exhortar, tanto a los columnistas como a los habituales lectores de «La Opinión» a que contribuyan a enriquecer los Principios de Devereaux con sus acotaciones, trátese de leyes, corolarios, revisiones cuantitativas, comentarios, teoremas, reglas de oro, axiomas, postulados, principios, observaciones, preceptos… O lo que mejor consideren agregar. La Humanidad habrá de agradecerles tal esfuerzo. En cuanto a esa sagrada dualidad de la perdición, Burocracia y Gobierno… Dudo que lo agradezcan. Y por ahora basta, pero quiero dejarlos con una última reflexión sobre tales asuntos.


Declaración de Lord Halifax citada a manera de Corolario para los ocho Principios de Devereaux (y las sucesivas acotaciones de Pintos): «El mejor de los Gobiernos nunca será otra cosa que una enorme conspiración contra el resto de los habitantes del país».