martes, julio 03, 2007

En memoria de James A. Michener


Una de las escasas verdades o certezas que ha conseguido rescatar la filosofía inventada por la Humanidad, después de varios milenios saturados con dudas sistemáticas e interrogantes angustiosos, puede resumirse en una breve fórmula: la única certeza que aguarda al hombre, a partir de su nacimiento, radica en la fatalidad de morir.. Y diez años atrás, en 1997, la muerte le llegó a James A. Michener, un escritor norteamericano que por entonces sobrepasaba los 90 años y que ordenó a sus médicos desconectar unos aparatos de diálisis que le habían mantenido con vida desde 1993. Si todavía estuviese con vida, el gran escritor estaría celebrando este año su 110 aniversario.


El nombre de James A, Michener resonará con ecos discordantes para ciertos memoriosos de este lado del río Bravo. Exactamente veinte años atrás, en 1987, en cierta ocasión le preguntaron por qué razón no se decidía a escribir una de sus grandes novelas acerca de América Latina, él contestó lo siguiente: «…Porque me disgusta herir a la gente. Yo siempre trato de decir la verdad y, si tuviera que escribir lo que siento acerca de América Latina, tendría que decir que es un continente de segunda, habitado por gente de tercera». Aquella sinceridad urticante provocó reacciones airadas y, entre las realmente brillantes, estuvo el artículo inaugural de Francisco Pérez de Antón para su celebérrima columna En corteza de amate, titulado «La enorme distancia»… Claro que, para leerlo, habría que conseguir el número cero de la revista Crónica, correspondiente al 5 de noviembre de 1987 (El número uno se publicaría dos semanas más tarde, el 19 de aquel mismo mes)… Lamentablemente, en este Año de Gracia de 2007 Crónica no celebrará su vigésimo aniversario, lo cual es lástima grande porque ella fue, hasta el final de sus días, una publicación excelente… Pero, volviendo con James A. Michener: cabe agregar que el tiempo le hizo recapacitar en cierta medida y produjo una novela titulada México, dedicada más que nada al mundo de los toros.


En cuanto a mí concierne, ni las más ácidas declaraciones de aquel escritor —acerca de lo que fuere— hubieran podido arrancarme de sus libros. Y además, visto lo que es América Latina en el momento presente, se diría que Michener no estuvo tan descaminado cuando formuló aquella polémica declaración en 1987… ¿Qué hubiera podido decir, ahora mismo, contemplando el tortuoso panorama latinoamericano donde destacan, con luces de estridencia psicodélica, personajes del calibre de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y tantos otros que parecerían directamente extraídos de un relato de espanto? Desde el momento en que tomé una de las kilométricas y exhaustivas obras de Michener me convertí en adicto y dediqué mi afán a leerlas todas.


El estilo de Michener me agradaba, pues era verdaderamente magistral a la hora de determinar un país o un tema determinado y entonces agotarlos, sumergiéndose hasta las más profundas raíces —históricas, antropológicas, socio-económicas— y entretejiendo además, en forma paralela pero perfectamente sincronizada, una brillante concatenación de historias y personajes perennemente caracterizados por el interés, la sobriedad y lo ameno. Puesto a la tarea de escribir una de aquellas monumentales historias que finalmente se publicaban con mil o más páginas, el hombre solía echar mano de disciplinas tan dispares como la historia, la antropología social, la zoología, la geología, la arqueología y muchas otras disciplinas con el propósito de montar, aunando a todo lo antedicho sus extraordinarias dotes de fabulación, unos rompecabezas literarios de atractivo irresistible.

Una vez que aconteció su muerte fueron mencionadas con apresuramiento, en algunas desprolijas notas de periodismo necrológico, algunas de sus primeras producciones, tales como «Cuentos del Pacífico Sur», «Sayonara», «Caravanas» y «Los puentes del Toko-ri»… Mas de poder hacerlo o en el caso de que alguien me lo pidiese, yo recomendaría la lectura de otras, que fueron posteriores a las mencionadas pero resultaron mucho más ricas y complejas. Para comprender el desarrollo histórico de Sudáfrica, nada más indicado que La Alianza (The Covenant). Para conocer a fondo la trama histórica de Estados Unidos, lo más indicado sería leer varios libros excelentes en fila: «Bahía de Chesapeake», «Hawai», «Centennial», «Texas», «Espacio» y «Alaska»… Y a fin de profundizar en algunas otras regiones del mundo, nada sería más apropiado que referirse a la lectura de obras como «Caribe», «Polonia», «El manantial de Israel» o «Iberia»… Ningún lector saldrá lastimado por una experiencia semejante y, en cambio, podría gratificarse con creces en la aproximación a uno de los grandes escritores americanos de la segunda mitad del siglo veinte.