martes, julio 03, 2007

GENOCIDIOS


¿Qué es un genocidio? En la práctica, se trata de una matanza sistemática y organizada, que está dirigida contra un conjunto determinado de personas al cual se pretende eliminar por completo. Aunque por regla general el genocidio vaya dirigido contra todas las personas agrupadas dentro de una misma etnia o una cultura determinada, también suele tener como blanco a personas de distintas razas que comparten unas ideas o creencias comunes. Se han llevado a cabo genocidios por razones tan variadas como la religión, la ideología, la militancia política o la pertenencia a un determinado estrato social. Cualquier genocidio requiere, siempre, de una cuidadosa planificación, una preparación esmerada y una maquinaria eficaz para llevarlo a cabo. Debido a que tan sólo los Estados cuentan con recursos suficientes como para desarrollar asuntos de tamaña dimensión, el genocidio se considera como un prototipo del crimen de Estado. Cualquier genocidio de grandes dimensiones estará conformado por una tortuosa concatenación de actos repudiables contra civiles indefensos, entre los cuales figuran las persecuciones, los secuestros, las torturas, las vejaciones, los asesinatos individuales, las masacres en masa, las deportaciones, el saqueo y las expropiaciones de bienes de las víctimas, las muertes por inanición… En nuestros días, tan dados a la práctica desenfrenada de esa «corrección política» que, a más de repugnante, me parece el colmo del cinismo y la hipocresía, se vive mencionando el término «genocidio» a diestra y siniestra, con una liberalidad que muchas veces es hija de la ignorancia, más, muchas otras lo es del oportunismo que siempre exhiben los virtuosos de aquella actividad a la que Mario Roberto Morales ha denominado —con magistral agudeza— «indigencia meritoria». Por ejemplo: en las últimas semanas un magistrado europeo se da el lujo de venir a Guatemala, para juzgar a ciudadanos de este país de acuerdo con el sistema legal del suyo… Frente a tales circunstancias, viene al caso traer a memoria —tan frágil y quebradiza en nuestros tiempos— algunos de los más horrorosos genocidios perpetrados durante el pasado siglo XX. Genocidios que fueron perpetrados de manera invariable por europeos y por europeizados.



Después de que aquel siglo, el vigésimo, estuvo plagado con horrores de toda índole y calibre, la Humanidad de esta temprana centuria vigésimo primera, tan preocupada en tiempo completo con los traumas de la Posmodernidad y los arrullos de la Globalización, es proclive a olvidar o minimizar algunos significativos antecedentes históricos. De ello deviene una nueva consecuencia de las diabólicas ideas del doctor Goebbels: un hecho que se olvida mil veces, se transformará en una mentira, diría con júbilo el ministro de propaganda de Hitler. Pero hay hechos que son por demás espantosos y notorios, por más que se quieran echar en el desván de nuestra memoria colectiva, para apenas conservar, si mucho, algunos otros, por demás gruesos y harto evidentes, tales como el holocausto del pueblo judío, que fue perpetrado entre 1941 y 1945 por los nazis alemanes en todos los países de la Europa ocupada, con una cauda de seis millones de muertos. Precisamente fueron los alemanes, a quienes se consideraba la nación europea más cultivada de aquella época, ¡ellos nada menos!, quienes llevaron a cabo aquella sucesión de horrores y quienes elevaron al cielo verdaderas montañas de cadáveres. En aquel caso, el genocidio no sólo alcanzó a los judíos. También fue compartido por gitanos, comunistas, disidentes y algunas otras categorías a las cuales el Estado nacionalsocialista encasillaba bajo la clasificación de «indeseables». Cuando se habla de grandes genocidios en el siglo XX, siempre el que perpetraron los nazis viene a la memoria. Sin embargo, no fue el primero de aquella trágica centuria Por el contrario, fue precedido por algunos otros que hoy en día suelen ser olvidados de una manera por demás conveniente.



El primer gran holocausto del siglo XX ocurrió en Sudáfrica y sus perpetradores fueron los colonialistas ingleses, quienes, entre 1899 y 1902, llevaron a cabo una guerra de agresión contra las dos repúblicas böers (este vocablo, de origen holandés, significa «campesino») afincadas en aquella región. Dado que los agredidos habían castigado duramente al ejército británico con una serie de derrotas y que, una vez abrumados por el número y la superioridad material de los invasores, continuaron resistiendo férreamente a lo largo y ancho del inmenso veldt sudafricano, lord Kitchener —uno de los militares ingleses más destacados durante la Primera Guerra Mundial— ordenó que todas las familias de aquellos hombres que le seguían combatiendo fueran internadas en 33 campos de concentración improvisados, figurando los de Norvalspon, Potchefstroom, Pietermaritzburg y Bloemfontein entre los más importantes. Así, unos 155 mil niños, mujeres y ancianos fueron confinados en condiciones inhumanas y, para el final de aquella guerra, ocurrido exactamente en el último día de mayo de 1902, casi 30 mil habían muerto por enfermedades o simplemente por hambre… Los sobrevivientes se habían convertido en seres muchas veces cadavéricos y esqueléticos, exactamente igual que sucedería con los judíos en los campos de concentración y exterminio de los nazis. Aquella guerra atroz había costado a los británicos 22 mil muertos —los böers tuvieron siete mil en combate—, una serie de humillantes derrotas y el dudoso orgullo de haberse convertido en la primera potencia genocida del siglo XX, arrebatando ese tan sonado galardón a la Alemania de Hitler.



El segundo gran exterminio masivo del siglo XX ocurrió entre los años de 1915 y 1923, en un vastísimo escenario compuesto por casi todos los territorios del imperio otomano, y sus víctimas fueron los integrantes del pueblo armenio. Puede ser que para la mayor parte de quienes lean esto, esa referencia etnocultural encerrada en el gentilicio «armenios», signifique entre poco o nada. Sin embargo, para mí significa mucho. ¿Por qué razones? Comencemos con una de mucho peso: en el año 301 de nuestra era, Armenia se convirtió en el primer estado que aceptó el cristianismo como su religión oficial, por lo cual tanto ella como sus hijos, los armenios, tienen un significado muy especial para todo el mundo cristiano. ¿Algunas otras razones? La riquísima historia armenia, llena de valor, heroísmo y gestas resaltables, aun ocupando un pequeño territorio siempre expuesto a invasiones de todos sus vecinos. La persistencia con que los armenios han defendido su religión y sus tradiciones a lo largo de la historia. La creación del maravilloso alfabeto armenio (406 de nuestra era), cuya primera obra traducida fue, por supuesto, La Biblia. La maravillosa arquitectura armenia, con sus formas funcionales y sus soberbias cúpulas cónicas, sus iglesias grandiosas, sus monumentos impresionantes. También su pintura, su música, su vestimenta típica, su literatura… Ciertamente, lord Byron había escrito en una oportunidad: «…Una nación noble y oprimida... Será difícil, quizá, encontrar los anales de una nación menos manchada con los crímenes que los armenios, cuyas virtudes fueron siempre la paz (…) Pero cualesquiera sea su destino... su nación es una de las más interesantes del planeta, y quizá su lenguaje sólo requiere ser más estudiado para ser más atractivo». Para 1915, los armenios que habitaban en el imperio otomano llegaban a dos millones de personas. Se trataba de gente en su mayor parte educada y exitosa: burgueses y pequeños burgueses; Intelectuales, artesanos, orfebres, comerciantes. Pero la mayor parte de estos dos millones de personas no estaba destinada a vivir por mucho tiempo.



Entre 1915 y 1923, a través de actos sucesivos y sistemáticos, los turcos eliminaron a un millón y medio de armenios. Tan sólo en 1915, más de un millón de personas fue deportado, mientras cientos de miles eran masacradas sin compasión. Nuevamente hicieron su aparición nuestros viejos conocidos, los campos de concentración —en la práctica, también de exterminio—, a donde fueron a parar incontables víctimas para terminar sucumbiendo a causa de otros dos elementos familiares en la cronología del genocidio: las enfermedades y la desnutrición. Paralelamente, no menos de 100 mil niños armenios fueron arrebatados de sus familias para ser entregados a turcos y kurdos, con el propósito de que se les educara dentro de la religión y costumbres musulmanas. Si bien aquellos terribles acontecimientos fueron conocidos fuera del imperio otomano y la comunidad internacional los denunció y repudió, a los turcos aquello les tuvo muy sin cuidado. Una vez terminada la Primera Guerra Mundial, el genocidio contra los armenios siguió su curso y tuvo, como culminación, la despoblación completa de algunas regiones de la Armenia histórica. De estos horrendos actos el culpable fue, ni más ni menos que el estado turco, manejado en aquel momento por el partido renovador denominado «Jóvenes turcos». Éstos planificaron, prepararon, orquestaron y ejecutaron sin compasión el genocidio de los armenios, y lo hicieron incluso después de terminada la Primera Guerra Mundial y de la disolución del imperio otomano. El genocidio continuó en los primeros años de existencia de la nueva Turquía, ahora liderada por el mítico reformador Mustafá Kemal, a quién se le conoce más en aquel país por su sobrenombre: Ataturk («padre de los turcos»). Extrañamente, esta abominable conducta de los turcos fue mayoritariamente ignorada por el mundo civilizado. Que unos genocidas musulmanes eliminaran, de manera sistemática, a gran parte del primer pueblo que abrazó el cristianismo, fue pudorosamente pasado por alto por los cristianos países europeos, tales como Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia y, por supuesto, la catoliquísima España… Genocidas, los turcos, quienes tienen una parte de su territorio en la Europa balcánica, que forman parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y que, en los últimos años, pretenden ingresar por derecho propio en la Comunidad Económica Europea. Es decir, casi, casi europeos.

Como consecuencia de todo lo anterior, razonemos lo siguiente a manera de estrambote: ¿no sería mucho mejor que los europeos discutieran entre sí los horrores de sus propios genocidios, en lugar de andar metiendo siempre sus inmaculadas narices allí, donde nadie los está llamando?