martes, julio 03, 2007

Ciudad ciclópea sumergida entre sueños nebulosos…


Como muchos habrán de recordar, en el ya muy lejano año de 1989 —¡por fin la caída del asqueroso muro de Berlín! Fin de la Modernidad y principio de la Posmodernidad, según autores como David Lyon— el tan emblemático como retorcido cineasta Tim Burton dirigió la primera versión posmoderna de un clásico de las historietas y la televisión de los años 60: «Batman». Los protagonistas fueron Michael Keaton y ese tremendo actor que ha sido y sigue siendo Jack Nicholson.


En el Año de Gracia de 1992, cuando aquéllos que ya se habían derrumbado con muchísimo mayor estrépito que el mismísimo muro eran la «madrecita» (de todos los comunistas y comunistoides) Unión Soviética y sus sumisos satélites de la Europa oriental, Burton repitió la receta con una nueva cinta sobre el tema, a la cual tituló «Batman Returns». Imagino que ya sea por haberlas presenciado en los cines, en los canales de cable, en la televisión abierta o en videos alquilados, absolutamente nadie en Guatemala habrá dejado de ver aquellas dos películas. Ahora bien: para trasladar las historias del enmascarado de los cómics a la pantalla grande y para hacerlo con el toque magistral de Tim Burton, los diseñadores de las dos películas mencionadas y de las consabidas secuelas tuvieron que ponerse a la tarea de diseñar una especialísima Ciudad Gótica, combinando para ello gran cantidad de influencias y diseños arquitectónicos. En cuanto tiene que ver con la primera de las mencionadas, pudieron concretar un estilo verdaderamente especial, al cual la diseñadora Cheryl Carasik definió, con bastante acierto y en un rapto de inspiración, como: «Teutonismo de la edad de las máquinas».


¿Habrá alguien que ahora recuerde con extremo detalle aquella extraña ciudad? Gracias a un adecuado diseño y también al uso particularmente parco de iluminación y colores, la Ciudad Gótica de Burton me ha recordado algunas cosas. Como primera instancia, se me ha ocurrido que existe, en ella, una reminiscencia de aquel estilo arquitectónico —tan fuertemente influido por el Art Nouveau— que caracterizó la obra del genial catalán Antonio Gaudí… Cuya historia, por cierto, es tan gótica y tenebrosa como la misma ciudad recreada por Burton y su equipo de cineastas. Recordemos la obra de Gaudí: extrañas formas, casi monstruosas, de impresionante majestad y sobrecogedora belleza… Figuras que resaltan, con los perfiles y el énfasis de centinelas inmóviles… Torres que se recortan contra el cielo, con evidente talante de vigías monstruosos… Unos mosaicos que, vistos desde lejos, parecen transformarse en escamas de criaturas coriáceas y ciclópeas… Pero aún después, recordemos algo más: la imponente, granítica y gélida arquitectura totalitaria engendrada por las mentes de la Alemania nazi, de la Rusia comunista y, en menor medida, de la Italia fascista… En su momento, hubo hasta quienes criticaron aquella Ciudad Gótica de Tim Burton, atribuyéndole unas influencias provenientes de toda aquella pesada y grotesca arquitectura totalitaria.


Ahora bien: ¿en razón de qué estoy trayendo todo lo anterior a colación? La respuesta es simple. Algo muy cercano a una extraña combinación entre la Ciudad Gótica de Tim Burton y las formidables creaciones de Gaudí se viene deslizando, esporádicamente, a través de la nebulosa que conforma mis sueños más profundos, desde muchos años a esta parte. Y lo viene haciendo desde muchísimo antes que yo conociera la obra de Gaudí o hubiese visto las películas de Tim Burton. En aquellos extraños sueños —lo poco que puedo recordar de ellos— suelo caminar sin rumbo a través de una ciudad de esa índole, una ciudad desierta, una ciudad vacía… Pero una ciudad a la que íntimamente pertenezco, sin lugar a dudas… Esos extraños sueños arrancan desde la niñez. Y al hablar acerca de ellos, estoy refiriéndome a los sueños más profundos y herméticos, los verdaderamente enigmáticos… Aquéllos de los cuales no suele quedar casi ningún rastro, apenas minutos después de recobrar la conciencia para volver a sumergirme en el mundo real. Como he dicho, tales sueños arrancan de la infancia (que apenas pudo conocer la Ciudad Gótica de la serie televisiva de finales de los 60), lo cual es como decir que comienzan a surgir desde un terreno casi virgen. Y tienen un carácter cíclico, pues se repiten de tiempo en tiempo. Ellos no corresponden a ninguna experiencia que haya tenido en esta vida y, por ese preciso detalle, sólo me ha quedado especular acerca de apenas un par de posibilidades que pudieran explicarlos de alguna manera. La primera de tales explicaciones se apoya en una ciencia a estas alturas tan convencional como la psicología: más allá de lo que se denomina consciente y subconsciente, muy posiblemente extraviada en algún oscuro y recóndito rincón de mi inconsciente, debe existir alguna oscura fantasía que insiste, esporádicamente, en estructurar aquellas ensoñaciones fabulosas. La segunda explicación es un poco menos racional pero un poco más… posmoderna. Ella consistiría en aceptar que la reencarnación existe y que, en algún remoto lugar del tiempo y del espacio, alguna vez un retazo de mi ser ha caminado por una ciudad como esa con la cual sueño. Por cierto, si yo aceptara que la reencarnación existe, me negaría a hacerlo dentro de los parámetros convencionales, los cuales consisten en especular que, toda vez que alguien que muere en determinado momento pasado, habrá de reencarnarse en algún otro ser, en determinado momento del futuro. Esa sencilla explicación, ingenuamente lineal, no puede ser aceptada por una razón más que simple: en el momento de morir abandonamos esta dimensión, para trasladarnos exactamente hacia una que podría denominarse, al igual que la famosa serie televisiva de la década de 1960, « la dimensión desconocida». Y no sólo desconocida, sino, además, completamente ajena a cuanto podamos conocer en esta vida y absolutamente desligada de la nuestra y de sus fenómenos naturales. En aquella extraña dimensión no sería factible que mantuviesen plena validez las coordenadas de tiempo/espacio que caracterizan a la nuestra. Y en consecuencia me permito especular que, si existe la reencarnación, se habrá de poder reencarnar no sólo en dirección al futuro —y eventualmente el presente—, sino, más que nada, hacia el pasado. Y de ser ello así, no se habrán de respetar, ni mucho menos, las coordenadas espaciales que conocemos…


De acuerdo a esto, se podría, muy posiblemente, reencarnar no sólo en otra época, sino también en cualquier otro mundo, entre los cientos de millones que pueblan el universo. Y algo más, todavía: siguiendo con esta línea de pensamiento, determinados sueños de vidas anteriores podrían filtrarse en el inconsciente de los seres vivientes, mas no sólo como un recuerdo de reencarnaciones pasadas, sino —¿por qué no?— como un reflejo o adelanto de reencarnaciones por venir.



En definitiva, todo lo anteriormente expresado consiste, apenas, en un montón de aventuradas especulaciones intelectuales… o seudo-intelectuales, para quienes así lo prefieran.