miércoles, marzo 09, 2005

SOL VACÍO Y MARFILEÑO (Poema)

raylight

A mi amor lo mataron
lejos, muy lejos;
murió encarcelado
por grilletes de tiempo.
En su pecho grabaron
los signos del infierno
y a sus sienes quemaron
con uno y mil fuegos.

A mi ilusión la violaron
al borde de un espejo;
su vientre níveo maceraron
con garras de tormento.
Su entraña profunda rasgaron
en un entretiempo enfermo
con los minutos quebrados
y los días desparejos,
a su túnica harapos la hicieron
mientras desgajaba,
desde su último árbol
el agónico lamento
que comenzaba en llanto
que terminaba en viento
mientras tanto, ellos,
reían por fuera y por dentro.

A mis luces las apagaron
entre un fúnebre silencio
y trituraron a las prisas y las risas
a través de fauces dantescas,
con vidrio hiriente y acero.
Me estallaron las armonías
y deshilacharon los momentos
que yo creía, ingenuo,
arrumbados entre mi tiempo.
A mi sangre la destilaron
en un alambique de averno
para verterla después,
puro aquelarre y tormento,
en unas venas que ya estaban frías,
más heladas y ateridas
que esas garras desoladas
de los muertos...

Entonces a mí me dejaron para luego...

Me abandonaron entre apocalipsis,
y me enterraron entre estiércol
para dejarme allí, encadenado,
(una caricatura del Prometeo)
a esos tropeles grotescos del tiempo
que te pasan a cada lado
arrastrando cortejo de infames silencios.
A mí me borraron de los ojos abiertos
aquella sonrisa confiada
de un pasado cercano y desierto,
cuando era niño,
cuando fui bueno,
y se robaron hasta la brisa
que aún aguardo en silencio,
porque conduce, murmurantes y tiernos,
desde un torrente sin cauce
a mis adolescentes recuerdos...

A mí me pusieron a un lado
para que todo lo malo pudiera verlo.
El amor torturado y debatido
entre girones de negros velos
y a las bondades desprevenidas
pisoteadas entre los cienos
y las palabras que comprometían
arrastradas por feos vientos
y unas puertas que se cerraban
con horrísonos estrépitos
o las oscuras miras
o los sordos desprecios
o los helados desconocimientos
o las tantas y tantas cosas
que de tantísimo que duelen
recordar no quiero.
Y aún, después de todo eso
continuaron alegres,
riéndose y riendo y
acribillándome los sentidos
con la misma exacta frialdad
maligna e indiferente
que cuaja, desencajada,
en los ojos opacos de los muertos.

A mí me ejecutaron a un tiempo
entre alaridos y crespones negros,
con carnavales procaces de gorgonas
y vampiros fugitivos de mi espejo.




Y vaciaron a mi alma de ilusiones

para dejarme un corazón baldío y seco.
Arrancaron a mi dicha, a los tirones
y en un burdel destripada la metieron,
siempre entonando sus cánticos
siempre riendo y riendo,
de la misma feliz manera
que si ninguna cosa trágica
estuviera discurriendo.

Por último me arrojaron a un río,
muy negro y de mal aliento,
en cuyo lecho frío
de a poco, me fui muriendo.
y me arrinconaron contra un paredón
de los más grises silencios
para poder acribillarme
con odio implacable en los acentos,
hasta el borde mismo de la nada,
(en los confines de la noche,
más allá la frontera del olvido)
hasta dejarme solo
bajo un sol vacío y marfileño,
vagamente recostado al dolor de mis recuerdos.

Como que me llamo silencio.
Como que ahora, estoy muriendo.
Como que ya, nada tengo.