jueves, julio 31, 2008

Esa extraña locura de las últimas semanas

En estos últimos días, el país entero anduvo alborotado hasta extremos inimaginables. Como soy un personaje sumamente despistado y no sabía de qué se trataba todo aquello, se me dio por preguntar y alguien me dijo, muy a la pasada —pues caminaba con una prisa a todas luces excesiva—, que estábamos en «pleno proceso de erecciones». También a las apuradas, aunque ya desde mayor distancia, pregunté a continuación: «¿Erecciones? Pero, ¿de qué clase?»… «¡De las mejores que se pueda imaginar! ¡Son nacionales!», me contestó a grandes voces el individuo, mientras se perdía en la vuelta de una esquina como alma que lleva el diablo. De hecho, y habiendo comprendido el asunto en toda su milimétrica dimensión, me puse a la tarea de recabar más información a ese respecto.

Debo decir que, desde un principio, no he tenido ni el más leve interés en aquel relajado y ominoso asunto. Felizmente, de un tiempo a esta parte soy absolutamente impotente, y para colmo de dichas, también por completo estéril (ello no ha impedido que le diera la felicidad a muchas mujeres e incluso tuviera algunos hijos… Si bien alguna gente, de esa que es mala y comenta, insista en llamarme «cornudo»). Pero eso no quiere decir que deje de prestar atención a los fenómenos que se producen a mi alrededor. De manera que, atento a los afanes y desvelos de mis conciudadanos, comencé a informarme —y horrorizarme— acerca de aquel penoso asunto… ¡Y no se imaginan la de cosas, casos y personajes por demás estrambóticos que he visto en tan sólo unos pocos días! Porque este embarazoso —en todos los sentidos imaginables— asunto de las «erecciones nacionales» se ha estado ventilando con viciosa profusión a través de la prensa, la radio, la televisión abierta y el cable. ¿Alguna vez se habrá visto concupiscencia mayor?

Por allí andaba —y sigue andando— un señor que proclama, a los cuatro vientos, que él «la tiene dura». Y para colmo de perogrulladas, agrega, con más frecuencia que la debida: «¡teniéndola bien dura, se puede lograr!»… ¿Y con eso qué? ¡Chocolate por la noticia! Es de imaginar que, tratándose del asunto que se ventila, tal cosa es lo menos que se podría esperar de él: un apropiado grado de rigidez, acompañado por una apreciable cuota de energía. Sin embargo… ¡Esperen, todavía!, porque también he visto, con harta frecuencia, a otro señor, el cual se pasa todo el tiempo llenándose la boca (también gesticula, en forma evidentemente obsesiva) acerca de que «su paloma para aquí», «su paloma para allí», o «su paloma por más allá». Y como si estas desvergonzadas insinuaciones fueran poca cosa, a todas horas y por todos lados se le ha visto esgrimiendo y exhibiendo el tal plumífero animalito, con una insistencia que, mucho más que provocativa, parecería en absoluto enfermiza. ¡Aunque eso no sería nada!… Pues por ahí circula otro señor más, quien siempre anda enarbolando, en lugares bien visibles, un dedo que se mira puntiagudo, alzado y enhiesto (en una más que evidente y provocativa simbología fálica), mientras despotrica de lo lindo acerca de que «los buenos somos más y sí podemos conseguirlo»… He ahí otro perogrullazo (acción de perogrullar o andar diciendo perogrulladas), puesto que, si son tan «buenos» para «ese asunto» (ya sabemos cuál), entonces, no deberían tener la menor dificultad para «conseguirlo» (ya sabemos qué)… Y encima, ¿para qué tamaña insistencia exhibicionista con ese bendito dedo? Mas, como si los anteriores ejemplos no resultaren suficientes, por ahí deambulan sin descanso esas dos señoras, quienes se empeñan en andar proponiendo unos ambiguos «encuentros» a Dios y medio mundo, de los cuales (me refiero a los «encuentros», no a «Dios y medio mundo») me privo de pensar y también de escribir, dado que un pudor natural inhibe mi pluma… La cual, por cierto, nada tiene que ver con palomas ni con cualquier otro bicharraco emblemático por el estilo, que aquí conste.

Sin embargo, he ahí que tan penosos espectáculos se han estado multiplicando con asombrosa prodigalidad durante las últimas semanas, ¡las 24 horas de cada día!, gracias al desenfrenado entusiasmo no sólo de los hasta el momento mencionados, sino de muchos otros personajes por el estilo, a quienes ese asunto de las erecciones parece tenerles emocionados hasta los mismos límites no ya del éxtasis, sino del infarto. Uno se rasca la cabeza y se pregunta cuál será, en definitiva, el premio para tamaño exhibicionismo y el motivo para tan desmesurada obsesión por todo tipo de mediciones. ¿Acaso no sabrán que lo importante no es el tamaño sino la habilidad para hacer buen uso de aquello que se tiene? De hecho, los permisivos eslóganes acerca de que «éste puede», «aquél lo conseguirá» o «fulanito excederá por amplio margen» (¡vaya morbosidad con ese tema de la longitud y los centímetros de menos o de más), ya están a punto de sacarme canas verdes… O anaranjadas… ¡O del color que fuere! Y no diré que me tienen «patitieso», para no ser malinterpretado por esos ruines del pensamiento que se la pasan avizorando el pecado y escuchando la perversión por todas partes (las íntimas, las públicas, las apenas imaginadas y aquéllas ni tan siquiera sospechadas).

Vean si no, ustedes, a ese señor del bigote, quien proclama a los cuatro vientos que «todo se hará en CASA» (bueno, después de todo sería mejor ahí que en la vía pública, digo). Y fíjense además en aquel otro, el cual manifiesta, con respecto a unos tales «patrones», esa típica patología enfermiza y freudiana que ha sido definida como envidia del pene. Pero, ¡carambolas, Batman! ¡Que por allí andan algunos que lo quieren «hacer BIEN»! (que les aproveche, entonces, si es que pueden)… ¡Que por allá otros se quieren poner, en cuanto a ese asunto, completamente «al DÍA»! (esperemos que lo consigan, cuando menos algún día de ésos)… ¡Que los de más allá prometen hacerlo o perpetrarlo «en el FRENTE»! (esperemos que la Policía esté en ese momento mirando para otro lado, como es su costumbre)… ¡Y que aquellos otros lo van a perpetrar todos unidos bajo el sol! (¡Ah, picaruelos!)…
Para decir verdad, existe una irrefrenable oleada de satiriasis política que está saturando el ambiente del país. Y por otra parte, el Ministerio de Salud Pública ha advertido, si bien tímidamente (para no salirse de lo habitual), sobre una muy posible y a todas luces incontenible (al parecer no existe el suficiente existencia de vacunas) epidemia de priapismo ideológico. En cuenta de todo ello, el Arzobispo Metropolitano, la Conferencia Episcopal y el Concilio Evangélico, por no mencionar la Asociación por la Decencia y las Buenas Costumbres, el Presidente de la República y el superior Gobierno, deberían tomar cartas en el asunto frente a tanto desborde de pornográfico desparpajo. Pues a mí, que como ya adelanté soy impotente y estéril, todo este circo de «erecciones por aquí» y «erecciones por más allá» me tiene ya hasta la coronilla. He dicho.