martes, julio 15, 2008

El «Decalogón»… La Biblia del burócrata

No se sabe si fue inspirado por el «Satiricón» de Petronio, el «Decamerón» de Bocaccio o la «Historia Natural del Disparate» de Evans. En todo caso, permítanme presentar ante ustedes, selecto público, ese fabuloso producto del intelecto que ha sido denominado «Decalogón» (porque se trata, precisamente, de un decálogo con 14 puntos, o sea, con cuatro que le sobran, a manera de estrambote), el cual se constituye en el Libro Sagrado para cualquier burócrata que se precie de ser tal. Repasaremos a continuación, muy cuidadosamente, los 14 puntos del Decalogón y, más allá de asombrarnos ante esa eterna sabiduría que jamás pierde vigencia, veamos el por qué de su trascendencia y su casi infinita perdurabilidad…

Punto uno: deberás perpetrar siempre el mal, sin ver jamás ni cómo, ni por qué, ni a quién, ni a cuál.

Punto dos: tienes que realizar el bien… Pero siempre y cuando ello te convenga. Pero además, deberás conseguir que todos se enteren de ello con pelos y señales, para que así canten loas en tu nombre.

Punto tres: Siempre que te sea posible, habrás de maltratar y oprimir a aquellos que tu delicado instinto te señale como débiles y desheredados. Cada vez que te sea posible hacerlo con total impunidad, atenderás con malas caras y prepotencia a quienes consideres pobres, indefensos y carentes de influencias. Adicionalmente, pondrás a prueba su paciencia con esperas interminables y una sucesión desesperante de trámites estúpidos y carentes de sentido alguno.

Punto cuatro: debes esmerarte en mimar y proteger a aquellos en quienes —‘Una vez más, tu precioso olfato en acción!— detectes como parte de los ricos y poderosos de este mundo… A todos y cada uno de ellos deberás adularlos y reverenciarlos de la manera más abyecta. En tal sentido, permitirás que te utilicen festinadamente como felpudo o trapo de piso, y lo harás mostrando siempre una sonrisa tan sumisa como hipócrita… Pero recuerda esto bien: a tales personajes sólo deberás traicionarlos cuando ello sea en beneficio de alguien que resulte todavía más rico y poderoso que cualquiera de ellos… ¡Ejem!

Punto cinco: Nunca dejes de hacer circular un buen chisme por tu oficina. Para tal efecto, habrás de preferir aquéllos que puedan constituirse en la sempiterna piedra del escándalo, para así sembrar el odio inextinguible y la discordia interminable entre las paredes de esa hasta hoy pacífica y aburrida oficina tuya. El día en que, gracias a tu furtivo accionar, tus compañeros intercambien no ya insultos ni golpes de puño, sino descargas de fusilería y ataques de caballería con el clarín tocando a degüello, te podrás sentir, lo que se dice —cuando menos en la telenovelas— «plenamente realizado».

Punto seis: jamás dejarás de hacer algo que te brinde provecho y placer, sobre todo si ello perjudica a quienes te rodean y, como directa consecuencia, termina por incrementar tu dicha maldita con el valor agregado de la desgracia ajena.

Punto siete: en verdad te digo, que es preferible ser odiado, repudiado y sobre todo temido, a que te consideren un infeliz inofensivo, de quien cualquier hijo de vecino podría aprovecharse con absoluta impunidad.

Punto ocho: nunca dejarás pasar de largo la preciosa oportunidad de difamar a cualquiera que se te ponga a tiro. De tal forma, habrás de convertirte en un personaje tan popular como respetado… Y todos buscarán tu compañía, amistad y aprobación en el sacrosanto ámbito burocrático.

Punto nueve: pondrás el mayor de los ahíncos, todos los santos días del calendario, en atiborrar tu inútil barriga sin tener para ello que retribuir con el mínimo trabajo, ya sea de tus debiluchos hombros, ya sea de tus esmirriados brazos, ya sea de tus torpes manos, ya sea de tu fláccido y esmirriado cerebro.

Punto diez: deberás arrojar siempre la piedra, pero a continuación esconderás la mano con presteza. Renglón seguido, te las arreglarás para que las sospechas e iras del damnificado en turno recaigan, inexorablemente, sobre algún inocente de esos que tanto abundan. No olvides que el imbécil que asume la responsabilidad de sus actos suele terminar mal… ¡Y se lo merece, por ingenuo!

Punto once: nada encontrarás mejor en este mundo que: a) devorar y deglutir viandas varias a cuatro carrillos; b) sorber bebidas extremadamente alcohólicas, no sólo con el estruendo de una locomotora, sino con la capacidad absorbente de una gigantesca esponja; c) caer a continuación, redondo, encima de una superficie bien mullida, para roncar allí una pantagruélica siesta; d) pero al mismo tiempo será imprescindible, para obtener de todo lo antedicho un disfrute pleno, que los demás (cuantos más sean, mejor) estén sufriendo pertinazmente de hambre, sed y fatiga… ¡Y todo ello al mismo tiempo!

Punto doce: si alguien abofetea tu mejilla, habrás de poner la otra, de manera inmediata y siempre esbozando una bien estudiada expresión de mártir. Mientras tanto, habrás de preparar, subrepticiamente, papel oficio y carbónico para ese venenoso informe sumarial que te proporcionará debida venganza y lavará con creces la intolerable ofensa de que fuiste objeto.

Punto trece: el robo, la coima o mordida (digamos «soborno»), el cohecho, la prevaricación, el estupro y algunas otras figuras delictivas previstas por el Código son algo deshonroso y perjudicial… ¡Siempre y cuando algún malvado pretenda practicarlas en tu perjuicio! En cuanto a ti se refiere, no permitas que torpes pudores y anticuados prejuicios, propios de épocas pretéritas, te inhiban de perpetrarlos en cuanto la ocasión se presente y toda vez que así te convenga hacerlo.

Punto catorce: en cuanto tiene que ver con tu actividad laboral, habrás de aferrarte con las uñas y los dientes a todo tipo de licencias, feriados largos, feriados puentes, vacaciones, «salidas en comisión», permisos de diversa índole y también un amplio repertorio de enfermedades y dolencias imaginarias. (¡Amén!). Sigue escrupulosamente todos estos sabios consejos, hijo mío, y habrás alcanzado en muy poco tiempo la dicha y privilegio de transformarte en el burócrata perfecto… (Je, je, je)…